Queridos amiguitos gordos:
¿Dónde estáis? Me he apuntado al gimnasio y no os he encontrado por ningún sitio. He mirado en la máquina de los bollos, en el bar de al lado, en la sauna donde antes comíamos bocadillos porque si comes mientras sudas no engordas...y nada.
Os echo de menos. Un gimnasio sin gordos es como un cielo sin estrellas. Antes nos reíamos de los cachas porque entendíamos que había una relación inversamente proporcional entre el músculo y el cerebro. Nos creíamos superiores porque nosotros leíamos a Kant mientras desayunábamos chorizo sin habernos levantado aún de la cama. Salíamos de la ducha y nos secábamos moviendo violentamente nuestras carnes para gran repugnancia de los fibrosos del vestuario. Nos imaginábamos que corrían en la cinta porque habíamos atado una zanahoria a una caña de pescar y se la habíamos puesto delante de las narices...¡Qué risa! ¿Recordáis el día que uno de ellos la cogió? Y la tiró porque aportaba 20 calorías extras a su dieta. Nosotros la recuperamos, la rebozamos, la freímos y descubrimos una forma de comer verdura que sí nos gustaba. ¿ Y qué me decís de las cañas y tapas de después? Si era la gran motivación que encontraba para subirme todos los días a una bicicleta y pedalear sin dirigirme a ningún sitio.
Ahora estoy sola en un mar de anabolizantes y músculos definidos. Todos me miran con lástima y rencor. Saben que soy superior intelectualmente y sospecho que están tramando un plan para inflarme a collejas mientras estoy indefensa con 200 gramos de terribles mancuernas en cada mano.
Tengo miedo.
Si estuvieseis vosotros a mi lado... Si contase con vuestra celulitis para apaciguar los golpes... Si tan sólo pudiésemos jugar una vez más a "arropa que hay poca" con el monitor jovencito de los huesos tiernos y fácilmente fracturables... Si al menos me sintiese acompañada en esta amenaza de diabetes e infarto de miocardio.... Si pudiésemos volver a ser los gordos que orgullosamente fuimos...
Aún tengo esperanza de encontraros.
Sólo le pido a Dios que no hayáis adelgazado.